miércoles, 24 de enero de 2007

UN MAL DÍA

No fue por Ariadna. Era una gran chica, he sentido mucho su muerte, pero no fue por Ariadna. Yo, como todos, también tomé cañas y me reí un poco. hice fotos y me comí un cabrito. Lo de Ariadna sólo fue un fugaz estremecimiento, el mínimo calambre de la buena educación; dí el pésame a Ricardo y era sincera, pero ahí acabó todo. Ahora escribiré una necrológica para El Afilador -me estoy especializando, para eso ha quedado mi vocación literaria- y encima quedaré bien con la familia.

Pero lo que se me agarró a la tripa mirando el campanario de las Clarisas no tuvo nada que ver. En esa espadaña había algo más que una campana muda; en un momento se asomaron todos mis fantasmas juntos, dándose codazos unos a otros para hacerse sitio. Y todos los miedos difusos a los que nunca quiero plantar cara. Me di cuenta de lo deprisa que ha pasado todo, de cómo me he tragado la vida sin apenas masticarla. Y me he sentido regular. Las cosas llegaban y las iba bandeando como podía, por instinto, sin calma ni madurez para decidir y sin pensar si lo hacía bien o mal. Tampoco había mucha elección, sobrevivir y punto. Creo que el sábado pasado se asomó al campanario de las Clarisas todo el tiempo que no viví, todo lo que la vida dispuso por mí -y para mí- sin consultarme.

Un proyecto que tenía sorpresa dentro, como el roscón de Reyes; sólo que yo disimulé, me guardé la sorpresa y seguí comiendo el roscón como si nada. El programa debía cumplirse, pese a todo. Los hijos vinieron y me dividí en cinco partes. O me multipliqué, no sé. Era él y yo. Jesús y yo, Ana y yo, Marta y yo, Jaime y yo. Jaime...Mi vida ya fue para siempre la vida de ellos. Y la muerte. En el camino se quedaron un montón de cosas sin hacer, irrecuperables ya. Ahora son Jesús, Sara, Paloma, Marcos y otra pequeña vida; Ana, Jesús, Jaime y Carmen; Marta y Alfonso. Y Jaime; pero a Jaime tampoco le hago falta. Me pongo muy pesada, todo el rato al teléfono ¿estáis bien? ¿Qué tal Marcos? cuidad de que no pase frío, que me da miedo. Ana, te he comprado unos juegos de cuna ¿cuándo tienes médico? Marta, mi niña ¿cuándo os váis a ese viaje a Praga? Vuestro padre ¿cómo está? Ahora mi vida sigue siendo la de ellos, pero yo sé que los necesito mucho más que a la inversa. Yo sé que soy perfectamente prescindible. Y, bueno, también escucho la radio y voy a manis y esas cosas. Y hay ratitos en los que hago tonterías, trato de recuperar un poco de lo que no viví, busco por los rincones de mi historia, intento llenar huecos; pero no sé, igual ya no es momento. Yo no soy la que era.

En Sigüenza empezaba a anochecer cuando todos esos fantasmas se asomaron en tropel al campanario de las Clarisas, negros contra el cielo de la tarde.