martes, 6 de febrero de 2007

OS DIJE QUE IBA A HABLAR DE SEXO

Apenas él le amalba el noema, a ella se le agolpaga el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaban en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendida como trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los exproemios del merpasmo en una sobrehumítica argopausa ¡Evohé, Evohé! Volposado en la cresta del murelio se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendias gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
(Julio Cortázar.- RAYUELA.- Capítulo 68)

TRADUCCIÓN LIBRE:
Apenas él le aproximaba la lengua, a ella se le agolpaba la sangre y se disolvían en sudores, en salvajes abrazos, en convulsiones exasperantes. Cada vez que él comenzaba a lamerle los lóbulos, se enredaban en un nudo quejumbroso y tenía que volverse de cara al cielo, sientiendo como las rodillas se aflojaban, se iban reblandeciendo, debilitando, hasta quedar tendido con el impulso del deseo al que se le han dejado caer unas gotas de ternura. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella entornaba los párpados, consintiendo en que él aproximara suavemente sus labios. Apenas se entrelazaban, algo como un calambre los recorría, los agitaba y estremecía, de pronto era el clímax, el vigoroso espasmo del temblor, el jadeante resuello de la cumbre, los estertores del orgasmo en una sobrehumana complacencia. ¡Más, más! Anudados en el vértice del placer, se sentían desfallecer, sonrientes y trémulos. Temblaba el pulso, se vencían los cuerpos y todo se resolvía en un profundo suspsiro, en quimeras de trasnparentes gasas, en caricias casi crueles que les enajenaban hasta el límite de la razón.
(Con perdón de D. Julio)

Se han escrito otras versiones más explícitas de este pasaje de RAYUELA, eso es a gusto del lector. A mí así me parece suficiente.