viernes, 9 de marzo de 2007

HARA-KIRI

Mi anterior blog se suicidó el lunes pasado; no fue una decisión meditada sino una huida hacia adelante intentando escapar de una situación sin salida, en la que me había puesto un comentario. Intenté ignorarlo, hacer como si no lo hubiera leído, pero hubo algún comentarista que entró al trapo de la provocación y, sin querer me puso entre la espada y la pared. La espada de Jesús y la pared de mi propia vergüenza. A Jesús le conozco como si le hubiera parido y siempre supe que no tenía futuro en la carrera diplomática y que, entre sus muchas virtudes, no se cuentan ni la moderación dialéctica ni la prudencia. Eso no impide –o, quizá, conlleva- que tenga la facultad de despojar a la realidad de todo adorno, dejarla en cueros vivos sin piedad y, a veces, proclamar verdades de a puño que da mucho miedo mirar a la cara. El precio que paga por esta actitud es alto, en una sociedad políticamente correcta cuya sensibilidad no está curtida para resistir según qué cosas. Pero sarna con gusto no pica; lo malo es que, sin comerlo ni beberlo, también lo pago yo, como responsable emocional subsidiaria.

El caso es que entró en el blog como un elefante en una cacharrería, ofendiendo al personal y el personal respondió comparándole a De Juana Chaos. Él no se calla ni debajo del agua y contestó, entre otras cosas, que lo que le diferenciaba del menda ese es que no había matado a nadie, aunque no fuera por falta de ganas, y que la línea que separa lo moral de lo inmoral es, precisamente, el hecho de aguantarse las ganas. Y se quedó tan ancho.

Este bonito espectáculo a lo mejor me hubiera divertido si no se hubiera representado en mi blog o si el protagonista principal –el malo de la película- fuera un desconocido, pero me tocaba demasiado de cerca para dejarme indiferente y no podía permitir ni que Jesús ofendiera a mis lectores desde este espacio, ni que ninguno de ellos le comparara con un asesino. Y no me quedó más salida que hacerme el hara-kiri.

Fue el lunes por la noche; desde entonces he estado llorando mi propia muerte. En cada uno de los veinte post que tenía publicados me había dejado muchas horas y muchos jirones de mi mismidad. Había cuidado la ética y la estética como si se tratara de un hijo; ocurre que los blogs y los hijos tienen vida propia y así pasa lo que pasa.

De esa herida abierta nace este nuevo blog. No sé si es un hijo o una reencarnación pero, a pesar del parecido externo, no es lo mismo. Contra todos mis principios me he visto obligada a configurarlo con “moderación de comentarios”. Eso, crudamente, quiere decir que pasarán censura y que no se publicará ninguno que contenga insultos a ningún comentarista, aunque fueran para apoyar a la autora. Por el contrario, se publicarán todas las opiniones, discrepantes o no de las mías, que se formulen con un mínimo de corrección. Lo siento, repito que va contra mis principios, pero tal como está el patio, no tengo alternativa.

O sí, tengo la alternativa de callarme pero tampoco es cosa de que me salga una úlcera, que el patio no invita precisamente al silencio. Y ante la que se nos viene encima este fin de semana –y de aquí en adelante- algunos vamos a necesitar esta barricada para protegernos tras ella de las personas decentes y sensatas, según el particular criterio de Rajoy.

“Esta es su casa, paisano, y ahí puede pegar el grito”
.