viernes, 25 de mayo de 2007

JORNADA DE REFLEXIÓN

En Madrid continúa lloviendo sin tregua ni descanso, con la furia de las tormentas y la tenacidad del txirimiri del norte. El tráfico es un caos, atrapado en un laberinto de agua, y cruzar las calles a pie es como intentar vadear la corriente de un río escaso y pobre que, de repente, se hubiera vuelto loco. Sólo apetece quedarse en casa con el alma puesta a secar, pero eso es un lujo que sólo unos pocos -o muy ricos, o muy viejos- se pueden permitir. Hasta los niños tienen que seguir su rutina escolar, que ayer fui a buscar a mis nietos al cole y salieron para ponerlos a escurrir. Siempre me aturullo cuando voy a buscarlos, en ese guirigay que es la salida de todos los colegios, niños en tropel, padres y madres despistados, mochilas, gritos, varias filas de coches en la puerta tocando el claxon como si cada uno fuera el único. Si a esto se añade la nube multicolor de los paraguas abiertos, encontrar a Marcos y Paloma es un verdadero milagro.

Seguro que este chaparrón inmisericorde, anegando el cereal y los viñedos castellanos, es culpa de ZP, quién sabe qué pactos siniestros habrá firmado con las fuerzas del mal para que se le inunden los túneles a Gallardón. Es que hay que ver este hombre, que tan pronto nos castiga con la sequía más pertinaz que nos alcanza el recuerdo, como nos encharca hasta las ideas.

Mañana, que es jornada de reflexión, tengo que pensar en estas cosas y en otras. Por ejemplo, qué mecanismo mental deja en casa a la izquierda de este país cuando toca ir a votar. El Partido Popular, en las elecciones generales de 2004, apenas perdió setecientos mil votos con respecto a las del 2000, votos que dudo mucho que fueran a parar a los socialistas. Sin embargo en esa ocasión salieron de casa, papeleta en ristre, casi tres millones de personas más que en la anterior, lo que dio el triunfo a la izquierda. Los votantes populares tienen la piel más gruesa, son más tolerantes con los errores o con las mentiras manifiestas -no me entra en la cabeza que se las crean- de sus líderes y van a votar. No sé si tapándose la nariz o es que tienen atrofiado el sentido del olfato, pero votan. En cambio hay una parte de la izquierda -en mi modesta opinión, excesivamente rigurosa- que la comen los escrúpulos, sabe lo que vale un voto y tal vez lo administra con demasiados remilgos. Y, salvo en el caso de un escándalo político y una desverguenza flagrante, como ocurrió en los días siguientes al 11-M, se queda en casa tan ricamente, criticando a unos y a otros sin querer contaminarse de las miserias de ninguno.

Pero ocurre que nadie es perfecto y quizá a veces conviene optar por el que cada cual considere el menos imperfecto.

Mañana es jornada de reflexión y yo, bueno, lo tengo todo pensado. Ana y Jesús se van de viaje y yo estaré en su casa desde las siete de la mañana para cuidar a Jaime y Carmen, que estarán todo el rato, de día y de noche, reflexionando. El domingo iré directamente desde allí a la mesa electoral, de interventora, de manera que los adversarios lo van a tener fácil conmigo. Creo que al final votaré a Jaime para alcalde y a Carmen, que es muy mandona, para presidenta de la Comunidad, y así daré continuidad al Women Power madrileño.