martes, 31 de julio de 2007

LA LUNA EN MEDINACELI

Este post no estaba previsto, pero las cosas a veces no se pueden prever, simplemente suceden. Sin ir más lejos, ayer a estas horas nada me hacía pensar que hoy estaría otra vez en Madrid, en mi casa escribiendo un post. Porque ayer, a estas horas, y antes y más tarde estaba en un mundo mágico, con todas las emociones prohibidas a flor de piel. Lo siento, una no es de piedra y ayer la luna tenía un color que no ha conseguido nunca ningún pintor; el cielo, las llanuras y los montes se difuminaron para dejarle todo el protagonismo; los grillos se callaron y las estrellas se apagaron. Nos quedamos solas la luna y yo y hablamos de otras noches de hace algún tiempo, cuando todavía nos permitíamos hacer tonterías, cuando todavía nos permitíamos soñar.

Era de noche y Medinaceli estaba desierta. Nuestras voces resonaban contra las piedras; hablábamos poco y de nimiedades, creo que cada uno de los tres estaba solo con la luna; no sé qué pensaban ellos, pero yo no pensaba: sólo sentía que se me iban cayendo al suelo los años y que era la misma de entonces, cuando todavía no tenía miedo y no me importaba perder. Cuando una noche como esa era más importante que el futuro; cuando no existía el futuro ni el pasado y el presente era una sola noche. Cuando una noche como esa compensaba de toda una vida.

No me dí cuenta de que corría un viento helador. Cuando nos fuimos estaba tiritando.