martes, 25 de septiembre de 2007

VEJEZ

Ayer, al salir del metro, iba yo, acelerada como siempre camino del trabajo, cuando mi pie derecho emprendió una carrera en pelo sin contar con el izquierdo ni con el resto del cuerpo, deslizándose sobre el pavimento como si tuviera puesto un patín. No me abrí en canal porque mi rodilla izquierda aterrizó en la acera a tiempo, pero me quedé absurdamente espatarrada en medio de la Castellana, como una bailarina entrada en años que quisiera recordar mejores tiempos. Al levantarme no podía casi andar y llegué al trabajo muy malamente, dolorida y caminando a pasitos cortos y lentos. Los servicios médicos del Ministerio lo consideraron accidente laboral, me sacaron una silla de ruedas y un coche oficial me llevó a la clínica de la aseguradora correspondiente, para que me hicieran una radiografía, porque la doctora opinaba que podía tener rota la cadera. Esto me deprimió horriblemente por lo que supone de entrada oficial en la tercera o cuarta edad, que una cadera rota es como un certificado de vejez. Pero no, todo se quedó en una distensión del abductor mayor, que es cosa mucho más glamurosa y como de futbolista del Real Madrid, y me han dado la baja hasta el próximo viernes. Así que estoy en casa ordenando papeles y tomando conciencia de mi nivel de gastos, algo que procuro evitar por aquello de que disgustos, los imprescindibles.

Quizá por el susto que me llevé, me ha dado por pensar en la vejez y en las supuestas ventajas que encierra, no sé, por irme haciendo a la idea. Y es que dicen que se alcanza una sabiduría enciclopédica y que la experiencia salva de cometer muchos errores. Pero tengo para mí que demasiada sabiduría es un lastre para la curiosidad y un caldo de cultivo para el miedo y que no es la experiencia lo que salva de nada sino la inapetencia.

También dicen que la verdadera juventud no está en el cuerpo sino en el espíritu, aunque, curiosamente, los que dicen eso no son los jóvenes. Son -somos- los que nos resistimos a aceptar que envejecemos porque nuestro espíritu no va al mismo ritmo que nuestro cuerpo y todavía nos creemos que podemos sacar petróleo a la vida. En algún sitio he leído que la edad madura es aquella en la cual se es todavía joven, pero con mucho más esfuerzo y también he leído que envejecer es pasar de la pasión a la compasión, supongo que a la compasión por uno mismo, lo que en ocasiones se traduce en indiferencia por todo lo demás. Y es que cuando el cuerpo no responde difícilmente se le pueden pedir peras al olmo del espíritu.

A pesar de las escasas ventajas y los muchos inconvenientes que conlleva la vejez, es raro encontrar a alguien que no quiera llegar a viejo y más raro todavía es encontrar a alguien que reconozca que ya ha llegado. El abuelo de una amiga mía, que enviudó nonagenario, cuando murió su mujer proclamó que su vida se había partido por la mitad. ¡¿...?! Es una cosa muy rara que todo el mundo quiera cumplir años pero nadie quiera tenerlos.

Yo, para ser sincera, no es que tenga prisa por dejar de fumar, pero realmente no espero grandes cosas de lo que me queda de aquí en adelante, si acaso que otra vez que me caiga se me rompa la cadera de verdad o que mi cerebro se pierda en los laberintos de la memoria, o que...yo qué sé. Es cierto que, de momento, todavía le saco el jugo a la vida pero creo que voy a seguir fumando, aparte de porque me gusta, para que esto no se prolongue más de la cuenta.