martes, 20 de noviembre de 2007

GÉLIDO LUNES

Parece que esto va en serio. Ayer por la noche les crecieron barbas de hielo a los leones de la Cibeles y se les ha puesto una cara muy triste. Los otros, los del Congreso, son más aguerridos y más fieros -algo se les ha debido pegar de sus señorías- pero estos nos dan la patita como dos perrillos viejos y caseros y parece que están hartos de pasar calamidades en su eterna travesía de piedra. El cielo era del mismo color que el Palacio de Correos, y a través de los ojos de la Puerta de Alcalá sólo se veía un fondo monocromo en gris plomizo. El domingo todavía reinaba en el ambiente una policromía de contrastes, con un cielo azul limpísimo enmarcando los árboles pintados de amarillo pero ayer, por si el día no tuviera suficiente, ya de por sí, con su condición de lunes, se nos echó encima un Madrid húmedo y frío, en blanco y negro como un reportaje del NO-DO. Un amenazador presagio del interminable invierno.

Sin embargo los semáforos de la Castellana estaban de buen rollo y me enseñaban una sonrisa redonda y verde. Pensé que tenían razón, que hacían bien en resistirse a la tristeza y que, a pesar de todo, la primavera es posible. No voy a decir eso de que volverá a reír, aunque estaría muy bien traído siendo hoy el día que es. ¡Ay zeñó y qué frío han debido pasar estos chicos en mangas de camisa -azul, off course- caminando hasta Cuelgamuros con la corona de laurel a cuestas!

Yo, en cambio, calentita en mi casa haciendo un jersey a Marcos con las lanas que compré aquel día en la
mercería, ya va para dos meses. En un alarde de egoísmo, he decidido tomarme un receso de nietos, madre y demás andanzas y quedarme saboreando despacito una soledad cálida y silenciosa, confortable y placentera. Una soledad que no es soledad ni es nada. Es un tiempo para pensar a ritmo lento, viendo llover por la ventana y sintiendo que soy afortunada.

Porque a veces la soledad no está tan sola.