viernes, 23 de noviembre de 2007

¿POR QUÉ NOS QUEREMOS?

Muchas veces me pregunto cuáles son las claves que determinan por qué queremos a algunas personas y otras pasan por nuestra vida sin rompernos ni mancharnos y esta es la fecha en que no he encontrado una respuesta. No depende de ningún factor adquirido, como puedan ser las vivencias en común o el hecho de compartir tal o cual ideología. No depende de la antigüedad en la relación ni siquiera de la frecuencia. Es algo inconcreto de uno mismo que algunas veces vemos repetido en otra mirada. Y cuando se da esa extraña conjunción, cuando encontramos una de esas pupilas en las que nos vemos vivos -Sabina dixit- nos quedamos enganchados para siempre.

Ocurre sin embargo que, como estamos hechos de materiales emocionales -y físicos- muy diversos, las carencias a veces se confunden o se mezclan y nuestro reflejo en el otro también se hace un lío; entonces corremos el riesgo de intentar llenar un vacío con la materia equivocada. Vamos, que igual aplicamos al corazón el tratamiento indicado para el bajo vientre o viceversa. Por eso lo mejor es encontrar un medicamento de amplio espectro que alivie al mismo tiempo las dolencias del cuerpo y las del alma.

Pero no me quería centrar en las relaciones de pareja -no sé en qué estaría yo pensando- sino que me preguntaba por qué determinadas personas, sean del sexo que sean, con las que en algún momento tuvimos una relación incluso estrecha, se pierden en el abismo de la memoria y en cambio otras con las que a lo mejor sólo hemos tenido un trato aparentemente superficial, se quedan grabadas a fuego en nuestro recuerdo. Yo creo que es porque alguna vez se dió un instante mágico en el que nos vimos reflejados en sus ojos. Quizá entonces mirásemos para otro lado, pero algo nos dijo que en esa mirada fugaz había mucha tela que cortar.

También puede ocurrir que ambos intuyeran la cantidad de metros de tela que tenían para cortar entre los dos, pero la vida se encargara de que nunca la cortasen juntos; y eso es fatal. El Flaco nos tiene dicho que los besos que no damos nos calan hasta los huesos y, lo que es peor, se nos instala para siempre una nube de arena dentro del corazón.