lunes, 17 de diciembre de 2007

EPÍLOGO


Como las cosas casi nunca son blancas ni negras, a mi también me ataca el famoso espíritu ese, que parece que es que yo me paso la navidad amargada por las perversidades del consumo y despotricando del gasto energético. No, no soy tan talibana. A mí también me gusta reunirme con mis hermanas a rellenar unos pavos con la receta de mi abuela y juntarnos tropecientos, desde mi madre hasta la benjamina Almudena, que este año va a ser un caos con los cuatro nuevos bebés de la familia. Y brindar para que el año próximo estemos todos o más, que siempre hay más. Y también me pongo triste porque ya no está mi padre, con lo que disfrutaba y, sobre todo, porque no está Jaime. Y me lo paso de miedo jugando al trivial y a eso que consiste en adivinar el significado de las palabras más raras del diccionario y cada uno de los chicos dice un disparate más grande. Y a las películas, que nos tronchamos de risa escenificando los títulos.

Yo también voy al Corte Inglés o a los mercadillos de artesanía -soy más de mercadillos- y escojo con cuidado los regalos de mi gente. Y me encanta ir a cenar con esos amigos que no veo casi nunca pero que quiero un huevo. Algún lector de este blog sabe que soy yo quien ha organizado la cena y ha hecho encaje de bolillos para cuadrar las agendas de todos. Y me emociono con Palomita y Marcos poniendo los zapatos a los Reyes, el otro día escribimos la carta. Y todavía se me hace un nudo en la tripa cuando me acuerdo de otra carta que nunca llegó a Oriente; Jaime, con su caligrafía de ocho años, la escribió demasiado pronto, en septiembre, pero yo la encontré en su mochila del cole demasiado tarde: Queridos Reyes, este año no he sido ni malo ni bueno, pero quiero que me traigáis el barco de los airgam boys. Sí, yo también vivo la navidad, como todo el mundo, con sus risas y sus penas. Pero nada de esto cambia ni una coma a todos los topicazos y obviedades tan vulgares que escribí en el anterior post, porque los topicazos es lo que tienen, que casi siempre son verdad.

Por alguna razón que ignoro, vengo observando que este blog provoca algunas reacciones inusitadamente airadas y agresivas. Y no lo entiendo muy bien. A mí, por poner un ejemplo muy evidente, no me gusta Federico Jiménez Losantos y os aseguro que si dejara de hablar por la radio no me enteraría porque no le escucho jamás. Lo mismo me pasa con algunos periódicos y con algunos blogs. Que no sé lo que dicen porque no los leo. Suponiendo que Nani tuviera un blog -que yo no digo que lo tenga- no se me ocurriría entrar para decirle impertinencias del estilo de mira, Nani, bonita, esto te va a doler pero a tu edad ya deberías irte enterando de que los Reyes son los padres, porque creo que está en su derecho a ir levitando por la vida; simplemente no entraría en un blog que -en caso de que existiera- me produciría un bostezo infinito. Sin embargo aquí entran algunas personas que les caigo gorda y les crispan mis opiniones, ya sean de política o de la navidad, pero, erre que erre, me siguen leyendo quién sabe por qué. Me debería dar igual que me llamaran vulgar o lo que me quieran llamar, pero no soy tan dura. Soy demasiado vulnerable -debe ser cosa de una frágil autoestima, me lo tengo que mirar- y, para qué negarlo, me duelen los ataques personales. No por lo que dicen, que tampoco es para tanto, sino por los sentimientos que intuyo detrás de las palabras. Me precio de tener amigos de todas las ideologías, desde falangistas a comunistas, republicanos y monárquicos, ateos y del Opus, rojos, fachas y mediopensionistas, y nunca he desestimado una amistad, ni incluso un amor, por su manera de pensar. Creo que las personas tenemos otros valores más importantes y siempre que no se hagan trampas y se actúe con honestidad, todo el mundo es válido. Pero a mí sí se me ha descalificado por mis ideas o por las opiniones que he expresado aqui. Se me ha llamado vulgar, panfletera, que doy pena y no sé qué más. Y esas cosas son ataques frontales a mi persona y se escriben con mala baba o, por decirlo de una manera más suave, con ganas de fastidiar.

No me apetece escribir escogiendo las palabras con pinzas para no molestar a nadie, porque eso no es escribir ni es nada. Digo lo que pienso o lo que siento en cada momento emocional, pero no creo que ni en los ciento y pico artículos del blog anterior ni en los noventa y tres -noventa y cuatro con éste- del actual haya insultado a ningún lector. Bien es verdad que sois mayoría los que me habéis dado unas muestras de afecto de las que me enorgullezco y os agradeceré siempre, como a los que habéis sacado la cara por mí. Pero tampoco me apetece ser el blanco de un pim-pam-pum ni que mi blog se convierta en un ring dialéctico.

Me gusta escribir, no lo puedo evitar, y escribo para que me lean; por eso puse muchísima ilusión en esta cosa de los blogs, porque era un medio sencillo -y encima gratis- de que mis escritos llegaran a la gente. Pero calculé mal el riesgo.

Feliz año, amigos. Yo me voy. Esta vez no es una rabieta ni un cabreo, es una decisión meditada que quizá se haya acelerado con los comentarios dejados en mi último post. Pensaba terminar el año pero, total, ya casi se ha acabado.

Pinchando en la foto está mi felicitación. Me la ha mandado alguien que me quiere un poco. Suscribo todo lo que dice.

* No tengo palabras para agradecer las muestras de afecto que estoy recibiendo via e-mail o teléfono. ¡Sois la leche!