sábado, 5 de enero de 2008

FUERZA DE VOLUNTAD

Una vez dejé de fumar. Apagué el cigarrillo que tenía entre los dedos y lo aplasté con rabia contra el cenicero. Me quedaba más de la mitad del paquete y lo guardé en un cajón.

La primera semana me pareció fácil porque mi cuerpo estaba tan intoxicado que rechazaba el tabaco. Pero a medida que me fui limpiando por dentro, empecé a añorarlo y a desear que aquella nube de humo que me protegía de todos los peligros que acechan en el aire limpio, envolviera de nuevo mis pulmones y mi vida. Estuve cuatro años sin fumar, desde el 97 al 2001 creo que fue, pero no me olvidé del tabaco ni un solo día, ni un solo momento. Ni cuando estaba triste ni cuando me reía con los amigos. Ni tomando copas ni después de. Ni a medias ni en soledad. Nunca.

Me gustaba aspirar su olor y jamás evité los ambientes de fumadores. Los amigos me ofrecían cigarrillos sin acordarse de que ya no fumaba; seguramente nunca se lo creyeron.

Ahora llevo siete años fumando y ya no me acuerdo de aquellos cuatro de abstinencia. Mi casa ha recuperado el olor del tabaco y yo mi tos y mi voz característica. Hay quien me llama Chavela Vargas.

Quiero decir con esto que la fuerza de voluntad nunca ha sido mi mejor virtud. No sé si me explico...