viernes, 21 de marzo de 2008

JUEVES SANTO

Hacía mucho que no iba a Sigüenza, creo que fui en enero, un día cercano a Reyes, que voy siempre porque es un día de niños y, bueno, Jaime siempre será niño. Pero no había vuelto. Ya he dicho algunas veces que aunque adoro Sigüenza, tengo amigos y conozco a todo el mundo, hace años que no pertenezco a ningún grupo y estoy un poco perdida, un poco desubicada. Y no hay peor soledad que la soledad entre conocidos, voy por ahí saludando a todo el mundo, dando besos aquí y allá -qué ricos tus nietos, cómo está tu madre- y al final no estoy con nadie. La soledad anónima de Madrid no me importa, a veces hasta me gusta, pero allí es otra cosa.

Hoy llevaba la compañía puesta y lo he pasado bien. He ido con Chines y Rose y allí se nos han unido Paloma y Nina, así que ha sido un estupendo día de chicas. Contra todo pronóstico hacía un tiempo espectacular, un viento frío se había llevado las nubes y las torres de la Catedral destacaban majestuosas contra el cielo de un azul casi añil.

Yo quería que mis amigas vieran ese ambiente de Semana Santa, mezcla de fervor, tradición y el proverbial borracherío, con los armaos tomando vinos por los bares vestidos de armaos, pero resulta que el Jueves Santo no hay procesiones, vayapordiós, y los armaos estaban por los bares, claro, pero vestidos de señores corrientes y no es lo mismo. Los cronistas no se ponen de acuerdo en cuanto al origen de los armaos. Parece ser que son los sucesores de los Hermanos de la Disciplina, que desde el siglo XVI o así, eran los encargados de portar los pasos en las procesiones.

Como las costumbres cambian que es una barbaridad, hoy ya no tienen disciplina ninguna pero da lo mismo porque llevan los pasos divinamente, muy disciplinados y con sobrada prosopopeya. Vamos, nadie diría de algunos que yo me sé que son pecadores de reconocido prestigio. Y perdonad la manera de señalar.

En el primer bar que hemos entrado yo he pedido una limonada y Rose, que es neozelandesa, se ha quedado perpleja de que pidiera eso con el frío que hacía, seguramente creía que era un granizado de limón; pero cuando ha visto lo que es, le ha cogido afición y no ha perdonado un bar sin probarla; claro, luego le dolía la cabeza. Hemos comido muy bien en el Sánchez -más conocido por El Tranfullas- hablando de tíos, naturalmente, que para eso estábamos sólo mujeres.

Paseo por las Travesañas y, al caer la tarde, por la entrada del pinar. Pero cuando se ha ido el sol se nos ha congelado hasta la conversación y hemos vuelto a Sigüenza, dejando atrás una luna llena pálida que se escondía entre los pinos.