domingo, 27 de abril de 2008

FLORES

Ayer, 26 de abril, fue un día paradójicamente esplendoroso. Las fechas es lo que tienen, que van a su bola, sin tener en cuenta si son importantes o si tienen un matiz triste o alegre para unos o para otros. Para mí el 26 de abril es y será siempre el cumpleaños de Jaime, independientemente de que llueva o haga sol. Y es y será una fecha importante. Cumplí mi ritual, que habrá a quien le parezca ridículo y fuera de lugar, después de tanto tiempo; pero es lo único que puedo hacer, escribirle un post desde aquí y poner flores frescas en su tumba. Qué más quisiera yo que poder regalarle el último videojuego.

Pitoya me acompañó y, como digo, hacía un día radiante y Sigüenza lucía sus mejores galas de primavera; en la Alameda olía a pan y quesillo, las flores de las acacias. A Sigüenza es imposible ir de incógnito; subimos directamente al cementerio, sin parar el coche en el pueblo; lo dejamos a la entrada del camino y fuimos dando un paseo. Pues antes de llegar ya estaba sonando mi móvil, alguien nos había visto y nos llamaban para invitarnos a compartir un cordero. Como para ir allí con un novio clandestino, sale una en El Afilador al día siguiente. Dijimos que sí, claro, las dos somos mujeres fáciles.

En el mercadillo de la fruta compramos unos pimientos verdes, pequeños, redondos y brillantes, ideales para rellenar; calabacines, puerros, tomates de verdad, no de imitación, como distinguió el mañico que atendía el puesto; nos regañó por elegir los pimientos, pero en buen tono y con gracia y nos recomendó que compráramos berenjenas porque, por lo visto, curan la mala leche a las mujeres de entre treinta y cuarenta; pero es que la nuestra hace muchos años que no tiene cura, estamos absolutamente desahuciadas y no hay berenjena que lo remedie.

Una caña en el Triunfo, con Fajas y otros amigos, haciendo unas pocas risas y a comernos el cordero con Ignacio, Santiago y Begoña. Una copa al solecito y vuelta p'a los madriles. Bueno, no exactamente, que nos quedamos en el paraiso de Pitoya, con Bola, su perra rubia, grande, peluda y mimosa, que nos recibió frotándose en nuestras piernas y mirándonos con sus maravillosos ojos color ámbar. Llegó Engra con Paco y fue una delicia tomarse un gin-tonic con gente inteligente y sensible, que sabe disfrutar de la luz del atardecer y de las lilas blancas y las retamas. Y hablar de política sin discutir y sin meternos el dedito en el ojo, que ya es difícil con la que está cayendo; los piratas, con diez cañones por banda, nos asaltan los barcos pesqueros; la economía, que está como está, y el arroz por las nubes; todo por la culpa, culpita, de Zapatero, off course.