Hay días desconcertantes que se me deshacen entre los dedos, no sé si es cosa de la primavera. Por la noche me ataca un insomnio idiota; me meto en la cama con el libro de turno y antes de media página me bailan las letras, releo tres veces cada párrafo y al final me rindo y cierro el libro, mañana será otro día. Apago la luz pensando esta es la mía, voy a dormir como un leño. Pues no; enseguida empieza una lucha cuerpo a cuerpo con la nada, doy mil vueltas, cambio de postura, me atravieso en la cama, me tapo y tengo calor, me destapo y tengo frío. Enciendo la luz, me fumo un pitillo, me levanto, voy a la cocina; no sé porqué me da por comer chocolate, a mí que apenas lo pruebo. Me vuelvo a lavar los dientes. La una y media, pongo la radio y ha terminado El Larguero, menos mal, ya está bien de fútbol. Hablar por hablar, un señor de setenta y tres años está hasta los güevos de su santa y quiere separarse; se ha enamorado. El matrimonio es lo que tiene, está bien pero a veces es muy largo. Parece que este señor también tiene insomnio y cuenta sus cosas en la radio, en lugar de a la parienta. Me juego una cena a que no se lo dice; el hombre lo está pasando mal, está muy jodido; si se atreviera, ella se daría la vuelta en la cama murmurando: pero... ¡Manolo! ya has vuelto a beber; el médico te tiene dicho que no bebas...
Mientras tanto, los números del reloj se reblandecen, gotean desde la mesilla, se suben a la cómoda, aparecen en el espejo: las dos, las dos y media, las tres. Tengo una necesidad urgente de limarme la uña del dedo anular de la mano izquierda.
La radio se ha callado y creo que me he dormido. Cuando empieza a sonar a las seis y media, habla para alguien que no soy yo. Oigo cosas de no sé qué reunión de la OTAN, que un tal Zapatero y un tal Bush se han dicho hola y felicidades. A mí que c... me importa. Le largo un manotazo y me doy la vuelta. La cama está fría en el otro lado, vacía; sigo durmiendo, pero como soy más responsable de lo que yo quisiera, a las ocho salgo de la cama y me duele todo el cuerpo. Café, ducha; aunque es tarde soy incapaz de darme prisa, una parte de mí se ha quedado en la cama.
Llego a trabajar tarde, claro, y encima con mala conciencia. No hablo, estoy de mal humor; cumplo como puedo, mal que bien. Imposible echarme la siesta, he quedado con Sara en recogerlos a la salida del cole. Me voy con la muerte en el alma, pero luego me lo paso bien con los niños.
Y cuando vuelvo a casa y me tumbo en el sofá, me espabilo ¡mecagüén!. ¿Cómo me puedo encontrar tan bien, tan a gusto? Ni siquiera estoy un poco cansada. Mañana es viernes; creo que soy casi feliz.
Mientras tanto, los números del reloj se reblandecen, gotean desde la mesilla, se suben a la cómoda, aparecen en el espejo: las dos, las dos y media, las tres. Tengo una necesidad urgente de limarme la uña del dedo anular de la mano izquierda.
La radio se ha callado y creo que me he dormido. Cuando empieza a sonar a las seis y media, habla para alguien que no soy yo. Oigo cosas de no sé qué reunión de la OTAN, que un tal Zapatero y un tal Bush se han dicho hola y felicidades. A mí que c... me importa. Le largo un manotazo y me doy la vuelta. La cama está fría en el otro lado, vacía; sigo durmiendo, pero como soy más responsable de lo que yo quisiera, a las ocho salgo de la cama y me duele todo el cuerpo. Café, ducha; aunque es tarde soy incapaz de darme prisa, una parte de mí se ha quedado en la cama.
Llego a trabajar tarde, claro, y encima con mala conciencia. No hablo, estoy de mal humor; cumplo como puedo, mal que bien. Imposible echarme la siesta, he quedado con Sara en recogerlos a la salida del cole. Me voy con la muerte en el alma, pero luego me lo paso bien con los niños.
Y cuando vuelvo a casa y me tumbo en el sofá, me espabilo ¡mecagüén!. ¿Cómo me puedo encontrar tan bien, tan a gusto? Ni siquiera estoy un poco cansada. Mañana es viernes; creo que soy casi feliz.