jueves, 3 de abril de 2008

LOS DÍAS RAROS

Hay días desconcertantes que se me deshacen entre los dedos, no sé si es cosa de la primavera. Por la noche me ataca un insomnio idiota; me meto en la cama con el libro de turno y antes de media página me bailan las letras, releo tres veces cada párrafo y al final me rindo y cierro el libro, mañana será otro día. Apago la luz pensando esta es la mía, voy a dormir como un leño. Pues no; enseguida empieza una lucha cuerpo a cuerpo con la nada, doy mil vueltas, cambio de postura, me atravieso en la cama, me tapo y tengo calor, me destapo y tengo frío. Enciendo la luz, me fumo un pitillo, me levanto, voy a la cocina; no sé porqué me da por comer chocolate, a mí que apenas lo pruebo. Me vuelvo a lavar los dientes. La una y media, pongo la radio y ha terminado El Larguero, menos mal, ya está bien de fútbol. Hablar por hablar, un señor de setenta y tres años está hasta los güevos de su santa y quiere separarse; se ha enamorado. El matrimonio es lo que tiene, está bien pero a veces es muy largo. Parece que este señor también tiene insomnio y cuenta sus cosas en la radio, en lugar de a la parienta. Me juego una cena a que no se lo dice; el hombre lo está pasando mal, está muy jodido; si se atreviera, ella se daría la vuelta en la cama murmurando: pero... ¡Manolo! ya has vuelto a beber; el médico te tiene dicho que no bebas...

Mientras tanto, los números del reloj se reblandecen, gotean desde la mesilla, se suben a la cómoda, aparecen en el espejo: las dos, las dos y media, las tres. Tengo una necesidad urgente de limarme la uña del dedo anular de la mano izquierda.

La radio se ha callado y creo que me he dormido. Cuando empieza a sonar a las seis y media, habla para alguien que no soy yo. Oigo cosas de no sé qué reunión de la OTAN, que un tal Zapatero y un tal Bush se han dicho hola y felicidades. A mí que c... me importa. Le largo un manotazo y me doy la vuelta. La cama está fría en el otro lado, vacía; sigo durmiendo, pero como soy más responsable de lo que yo quisiera, a las ocho salgo de la cama y me duele todo el cuerpo. Café, ducha; aunque es tarde soy incapaz de darme prisa, una parte de mí se ha quedado en la cama.

Llego a trabajar tarde, claro, y encima con mala conciencia. No hablo, estoy de mal humor; cumplo como puedo, mal que bien. Imposible echarme la siesta, he quedado con Sara en recogerlos a la salida del cole. Me voy con la muerte en el alma, pero luego me lo paso bien con los niños.

Y cuando vuelvo a casa y me tumbo en el sofá, me espabilo ¡mecagüén!. ¿Cómo me puedo encontrar tan bien, tan a gusto? Ni siquiera estoy un poco cansada. Mañana es viernes; creo que soy casi feliz.