domingo, 4 de mayo de 2008

EL DOS DE MAYO

La mañana estaba esplendorosa y en el Rastro había poca gente; poca si lo comparamos con los domingos, pero la suficiente para que estuviera vivo. Siempre es un placer ir al bar de Amadeo porque tiene los mejores caracoles del mundo y trata a cada cliente como si fuera el único. Porque el caldo de los caracoles levanta a cualquier muerto y, sobre todo, porque hablar con Amadeo es escuchar una lección magistral de vida. Nos dijo que lleva setenta años en el oficio pero que no se jubila porque sólo se jubilan los viejos. Nos obligó a mojar pan, mucho pan, y yo, que soy muy bien mandada, obedecí y me puse hasta las cejas. Había trabajo en la fiesta de Madrid y necesitaba la ayuda de su hijo. Su hijo, el pequeño de siete, es un chico alto, guapo y universitario -gracias a que Amadeo lleva setenta años sirviendo caracoles para que él y sus seis hermanos fueran universitarios - y pelín borde; perdona un poco la vida a su padre por ser bajito, por ser tabernero y por no ser universitario. No parece que le guste la cosa de servir cañas al personal y, como Amadeo se retire, acabará con el negocio en dos días, con tremenda eficacia.

Félix, el hermano pequeño de Amadeo, tampoco cumple los setenta y tiene otro bar a la vuelta, junto a la plaza del General Vara del Rey, el corazón del Rastro, donde despacha sardinas asadas y pimientos de Padrón. Félix es más serio y más taciturno que Amadeo; ahora, de vez en cuando, se permite el lujo de quitarse la chaquetilla blanca y quedarse en la puerta de su bar mirando pasar la vid
a, mientras su hijo lidia con la parroquia. Su hijo es un chico listo y voluntarioso que, si no le gusta servir sardinas, al menos lo disimula y trata bien a la clientela. La plancha se la trabajan dos chavalas, también de setenta y algo; una callada y seria, muy profesional; la otra, frescachona y conversadora, yo creía que era la parienta de Félix pero me sacó de mi error; a ella Félix no le toca ná; está allí por amistá y p'a echar una mano. Insinué que aquello era cansado, que tanto tiempo de pié...tontunas, si se lo quitan se muere, me dijo por lo bajini mirando de reojo a su compañera. Estaban ricas las sardinas, comiéndolas con los dedos y -vinito va, vinito viene- me coloqué un poco con una trompa castiza, sentimental y levemente cachonda.

Por la noche quise ir al TRENKE-LAUKEN, que hacía tiempo que no veía a Sonia; me alegró ver que ha sacado adelante el marronazo que le quedó hace dos años y medio, cuando murió Gustavo; es una mujer fuerte y valiente que ha sabido renacer de sus cenizas. Pero la noche se jodió porque salió a relucir la puta política y me sitiaron como a Agustina de Aragón en Zaragoza; así que saqué la artillería como pude, disparando desde la rabia, pero cargaron sobre mí los mamelucos y caí malherida. Sonia se fue sin despeinarse pero nuestra batalla fue demasiado larga y demasiado dolorosa. Nos dejamos muchos jirones por la M-30 y luego más por la Puerta de Toledo. Era la madrugada del tres de mayo pero no nos pudimos fusilar porque ya estábamos muertos.

El sábado habíamos quedado con Ignacio y mantuvimos el tipo a base de ibuprofeno y alkaseltzer, que nos aliviaron las heridas del cuerpo; Ignacio no supo que no estaba comiendo con nosotros sino con nuestros restos, ni que su buen rollo y su humanidad iban a ser un bálsamo para las heridas del alma que todavía sangraban a poquito que las rozáramos.

Después de la tempestad vino una bonanza soñolienta, cálida y reposada, disfrutando de las delicias domésticas, del sofá, de los almohadones, del pantalón ancho de casa, de una buena película mil veces vista, saboreada frase a frase, desmenuzada secuencia a secuencia. El sueño, las porras y un sol fastuoso que entraba por la ventana esta mañana acabaron de derretir los malos rollos.

Ahora Madrid está vestido de blanco, se oyen los claxons por las ventanas y la diosa está esperando a Raúl, que viene de camino a ponerle la bufanda y la bandera. En Pamplona, a doce minutos del final, ha marcado el Osasuna de penalty y ya creíamos que teníamos que volver a desmontar el tenderete. Pero los chicos han sacado del alma su particular Dos de Mayo y, como si los artilleros Daoiz y Velarde se hubieran levantado de sus tumbas, en siete minutos han disparado dos cañonazos históricos.

Hace unas semanas los engañé con el Geta, pero sólo fue una cana al aire de una vieja madridista. ¡¡¡CAMPEONES!!!