martes, 20 de mayo de 2008

PEDAZO DE LUNA

Una se ha quedado frita en el sofá, delante de la tele; se levanta como un zoombie para irse a la cama y justo en ese momento se acuerda de que tiene la ropa en la lavadora sin tender ¡merde! Jura en arameo y sacando fuerzas de flaqueza, abre la ventana; entonces, sin comerlo ni beberlo, se encuentra semejante luna -que no es azul como canta Billie Holliday, es blanca con un cerco amarillo- colgada en el vacío de un cielo negro, negrísimo. Quizá esta noche blue no significa azul sino triste. Y una piensa que tal vez sea eso la soledad: mirar a la luna sin poder decir a nadie ven, asómate, mira que pedazo de luna te he colgado en la ventana.

Y una tiende la ropa -el deber ante todo, el deber siempre- y se mete en la cama con los pies fríos, con las manos frías, con el alma tiritando un poco. Ayer y antes de ayer había quitado la manta pero me la he echado otra vez, así es la vida. Estoy leyendo un libro muy bueno, quizá demasiado bueno para estar en las condiciones que estoy. Creo que no leo el libro, es el libro el que me lee a mí. Al final lo cierro porque la literatura de Javier Marías merece más concentración de la que yo le puedo dedicar esta noche. Porque en este momento mis pensamientos anulan los del escritor, mucho más inteligentes, mucho más elaborados. Pero ajenos. Y pienso que he llegado hasta aquí, a ser lo que soy esta noche -que no es gran cosa- después de un largo camino; y que no puedo ni quiero renunciar a nada de lo que he vivido y que ha dado forma a lo que ahora tengo para ofrecer. De todo lo que he vivido sólo reniego de la pérdida de Jaime, que maldito lo que me importa si me cambió como persona para bien o para mal; nunca, en ningún caso mereció la pena.

Todo lo demás me lo quedo, con sus luces y sus sombras. Los silencios, las luchas que me he comido -y me sigo comiendo- yo solita por la pura supervivencia; el dolor de un matrimonio ciertamente difícil, la asignatura siempre pendiente de la maternidad, una evaluación continua que apruebo por los pelos. Los amores fugaces y los que eran para toda la vida. Hay amores eternos que duran lo que dura un corto invierno, dice Sabina. Los recuerdos, los sueños, las realidades. La música, los atardeceres, las noches de verano. Los amigos de siempre y los de ahora; las pupilas en las que me he visto viva y las miradas que me han matado. Las vidas rotas de la gente que quiero, los que se han muerto, los que viven. Los que piensan en mi en algún momento, los que les pienso. Lo que dije y lo que callé, los abrazos que malversé y los que no dí.

La literatura, la política, las ideologías. Las ilusiones, las decepciones. Las noches perdidas, las copas, la tos, el tabaco. Mi madre, un poderío que todavía me acojona, con la edad que tengo, con la edad que tiene.

Sigüenza, Roma, Florencia, Canarias, París, Buenos Aires, Cádiz, Córdoba, Granada, Barcelona, Asturias, El Valle de Ancares, Galicia, Dublín, Lisboa, Ciudad Rodrigo, Carboneras, Medinaceli, Saúca, Marbella. Y Madrid, siempre Madrid. Todo lo que me dieron y el trocito que me dejé en cada una.

Soy lo que queda de todo eso. Y esto es lo que tengo para regalar esta noche. Pero me he echado la manta otra vez porque tengo los pies fríos.