domingo, 5 de octubre de 2008

LA MUERTE AGAZAPADA

Está ahí, siempre está ahí; aunque no la intuyamos, aunque no contemos con ella; agazapada, camuflada en la maleza del vivir, escondida tras las esquinas, amenazante. Nos olvidamos de ella, pero está ahí, esperando el momento de asestar el golpe; puede venir despacio, ejecutar un trabajo minucioso y lento, de artesano paciente; o dar una puñalada certera, directa al corazón. O hacer una chapuza rápida y siniestra, como ahora, dejando un rastro de sorpresa trágica, de dolor perplejo, de dudas, de porqués.

Me encontré a Ricardo en Sigüenza hace poco más de veinte días, cuando fui en el aniversario de Jaime. Estaba estupendo y se lo dije; algo más gordo -menos flaco, para hablar con propiedad- Es que he dejado de fumar, me confesó con una media sonrisa un poco triste. Por lo visto, todos llegamos a ese momento en que nos hacemos mayores y vemos las orejas al lobo. Ricardo se ha pasado la vida sorteando las orejas del lobo y hasta los dientes. Y siempre ha dejado al lobo con tres palmos de narices. Y ahora, cuando había decidido sentar la cabeza y llevaba una vida apacible y sin riesgos, el lobo le ha pillado a traición; todavía no sé lo que ha sido, de repente se encontró mal, no podía respirar, se fue al ambulatorio. De allí, en ambulancia, a Guadalajara. No quiero hablar de incompetencia porque no tengo los datos, el caso es que llegó en coma. Traqueotomía de urgencia, inútil. A los tres días, muerte cerebral, electroencefalograma plano. El corazón latiendo absurdamente, sin ton ni son, movido por las máquinas; como si fuera de otro. La terrible decisión de soltar los cables.

Mis amigos se mueren en un goteo implacable que ya es un torrente. Un torrente que poco a poco se va llevando mi infancia, mi juventud, mis recuerdos, mi vida. Coro, Paloma, Ricardo -otro Ricardo- Rafa, Antonio, Javier, Marcos, Pepe, los dos José Ignacios, Juan; Chanchi, Laura; mucho antes Tomás y luego Manano, ambos en plena juventud. El accidente de Fran y Maita que fue mi primer encuentro con la muerte cara a cara, de sopetón. No quiero olvidar a ninguno, pero no sé...son tantos que quizá alguien se pierda en algún recoveco de la memoria. Unos, amigos íntimos, de siempre, de los que han crecido conmigo y juntos nos hemos hecho ya casi viejos. Otros los perdí de vista, se fueron por caminos distintos en este laberinto que es la vida, pero todos ocuparon un lugar que sólo ellos podían llenar; todos dejaron un agujero negro en mi pasado y algunos en mi presente. Las fotos de mi adolescencia, de mi primera juventud, de mis años de recién casada, de mi madurez, tienen demasiadas siluetas vacías. Todos ellos juntos constituyen la muerte de una parte imprescindible de mi historia personal, de mi recorrido vital. Pero cada uno es único e irrepetible y en mi recuerdo todos tienen al menos un instante de exclusividad.

Ya nadie va a mirar el mundo tras las gafas de Ricardo, ni nadie puede desdoblar su sonrisa pequeña e irónica, ni nadie va a tener sus ideas geniales, ni su creatividad, ni su irresponsabilidad, ni su locura, ni sus privilegiadas manos artesanas. Ricardo es Ricardo y se va ahora, cuando se estaba convirtiendo en un burgués casi sin darse cuenta.

Sus aciertos y sus errores, él los sabrá. Pero con todos ellos, ojalá haya sido un poco feliz. Yo tengo desde el jueves, cuando me enteré, un nuevo agujero negro en el corazón.