sábado, 13 de diciembre de 2008

FIEBRE


Diez días sin escribir; por lo visto la gripe me ha dejado otras secuelas aparte de la tos, como la incapacidad de poner dos palabras seguidas con algo de sentido. En estos días he empezado tres o cuatro veces un post y lo he acabado borrando, aburrida de mí misma. Pero al mismo tiempo, ver el blog parado en esos cinco minutos eternos, me da una sensación de dejadez, de casa abandonada, de tiempo muerto que me deprime horriblemente.

Pasé el puente entre los vapores de una fiebre como no la tenía desde que iba al colegio, coincidiendo además con un cataclismo doméstico que hizo que se tambalearan los cimientos del edificio que con tanto esfuerzo venimos construyendo desde hace poco más de un año. Y uno se da cuenta de que nada es eterno, de que en un momento de locura puede desaparecer lo que cinco minutos antes parecía indestructible. De repente las palabras se confunden en una Babel enloquecida y pierden su significado; no valen nada, sólo tienen el valor que les da quién las interpreta. Y se siente la soledad más absoluta, cuando alrededor todo sigue igual a pesar de que el mundo se haya derrumbado. Todo estaba como siempre, mis hijos en sus casas, con sus niños, con sus cosas; mi madre, mis amigas, todos ajenos a lo que me estaba ocurriendo. La pesadilla duró tres días y luego volvió la cordura, al mismo tiempo que se iba la fiebre. Pero una se queda laminada como en los dibujos animados y piensa que estamos solos, que todos estamos solos cada uno con nuestros propios marrones y que por más que queramos compartir y acompañar, estamos solos.

Sin embargo somos una telaraña de soledades interrelacionadas, de manera que uno tiene que ser muy egoista para mirar sólo su propio ombligo y conseguir ser feliz, porque siempre hay alguien que no lo es, alguien a quien uno quiere. Y es que queremos a mucha gente y no a todos les trata bien la vida.

Las navidades es una época contradictoria. Por un lado hay que celebrar y estar contento y todo eso, y por otro se agrandan las carencias y las ausencias. Además siempre pasa algo en estos días, porque ni el dolor ni la enfermedad respetan las fechas. Una vez más -y van cuatro- la amenaza innombrable se acerca a mi familia. Y mi madre es muy mayor y ya no le toca enterarse, otra vez no.

Felices Pascuas.