sábado, 20 de diciembre de 2008

DINERO Y OTRAS INCOHERENCIAS

"Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria." Groucho Marx

Este señor con cara de tierno abuelete dispuesto a llevar a sus nietos al zoológico o al parque de atracciones, se llama Bernard Madoff y ha estafado la friolera de cincuenta mil millones de dólares a lo largo de veinte años, repito, cincuenta mil millones de dólares. Y el juez, cargado de razón, le ha impuesto una fianza de diez millones de dólares, a cambio de su libertad. El negocio es redondo porque, si no me falla la hoja de cálculo, le quedan limpios de polvo y paja cuarenta y nueve mil novecientos noventa millones de dólares, así que bien puede ponerse la gorrita y montar a los nietos en la montaña rusa hasta que se harten. Incluso se podía estirar y comprarles Disneylandia entera para ellos solos.

Esta estafa continuada ha sido posible gracias a la exquisita codicia de los bancos y de sus clientes preferentes -léase, supermillonarios- que raya el virtuosismo. Porque la adicción al dinero es mucho más peligrosa que a la cocaína, al alcohol y a todas las demás dependencias consideradas patológicas, más insaciable y más difícil de tratar. Y la que tiene más efectos colaterales y hace más daño. Sin ser economista ni entender absolutamente nada de lo que está pasando, tengo para mí que la actual situación económica mundial tiene su origen en la codicia desmedida de los más ricos. Y, sin embargo, a los que está jodiendo de verdad es a los más pobres.

Mi compañera -y sin embargo amiga- Paquita, está indignada. Dice con mucha lógica que no entiende que el gobierno, los gobiernos de todo el mundo, estén soltando pasta a los bancos en lugar de buscar fórmulas para ayudar a los pequeños empresarios que están viendo cómo se van al carajo sus negocios y a los currantes a pagar las hipotecas y los préstamos personales que pidieron simplemente para sobrevivir; ni por qué están apoyando, por ejemplo, a los fabricantes de coches si esos mismos currantes no pueden ni soñar en cambiar de coche, por no hablar de los millones de parados de todo el mundo. Por ejemplo, el Sr. Botín ha confesado sin ningún rubor un beneficio de casi siete mil millones de euros en plena crisis y en cambio, cuando a esos currantes les vienen mal dadas, el banco les devuelve los recibos, los acreedores los acosan sin piedad, los persiguen hasta el catre y les mandan al cobrador del frac. Francamente, me sorprende que todavía no nos hayamos echado al monte los hermanos proletarios. Ahora que el pobre Solbes está cansado y se quiere ir, yo propongo a Paquita para ministra de Economía y Hacienda.

Pero me he quedado mucho más tranquila cuando el gobernardor del Banco de España ha dicho que el impacto en nuestro país de la estafa Madoff es irrelevante, y por otro lado me entero de que supone el diez por ciento del total. Volviendo a la hoja de cálculo, me salen cinco mil millones de dólares o tres mil quinientos y pico millones de euros. Si esto es irrelevante, lo mío da mucha risa.

Esta otra señora se llama Lilliane Bettencourt y es la mujer más rica de Francia, heredera del imperio L'Oreal que fundó su padre, partiendo de la feliz idea de teñirnos las canas a las mujeres que no nos gusta envejecer. Lilliane le ha regalado a un amigo suyo que se llama Francois-Marie Banier mil millones de euros, porque sí, porque le da la gana y ella hace con su dinero lo que quiere. Eso son amigas y lo demás son amiguetes de chichinabo. Lilliane, que tiene ochenta y seis años y está podrida de pasta, dedica su vida a contemplar las obras de Monet, Picasso, Van Gogh y otros mindundis que cuelgan en las paredes de su casa. Ahora su hija ha pedido a los trilbunales franceses que la incapaciten y la sometan a una tutela económica que le impida dilapidar su fortuna, porque opina que su madre no está en sus cabales -parece ser que regalar parte de lo mucho que le sobra a un amigo a cambio de nada, es síntoma de grave enfermedad mental- y, en consecuencia, ella sólo va a hereder dieciséis mil millones de euros para dilapidarlos con más sentido común.

Hasta aquí la cosa económica, porque hay otras incoherencias aún más putrefactas, como los aviones llevando y trayendo presos a Guantánamo y repostando en suelo español, unos con el anterior gobierno y otros con el actual, mientras se retiraban las tropas de Irak. De este tema nadie quiere hablar claro, sabido es que la mierda cuánto más se revuelve, peor huele.

Y lo que voy a decir ahora yo sé que no va a ser popular entre muchos de mis hipotéticos lectores, porque se supone que no cuadra con alguien que se declara de izquierdas y más o menos feminista. Las ideologías, por lo visto, van enteras en un pack y no se pueden entresacar las cosas que a uno no le gustan. Me refiero a la ampliación de la ley del aborto; he sido antiabortista toda mi vida, no por una cuestión religiosa que me importa un bledo, sino porque cada uno tiene su ética y a mí éticamente me repugna; siempre me ha parecido mucho peor la solución que el problema; es una manera de sacudirse un contratiempo de encima, una manera dolorosa indudablemente, pero los dolores se acaban pasando con el tiempo. E igual que creo que en el concepto de peligro de la salud psíquica de la madre cabe todo, en el concepto de malformaciones del feto puede caber hasta que sea un poco bizco. Los nazis hacían cosas parecidas. Eso sin contar los errores médicos, de los que tengo cumplida muestra en mi familia más cercana: a la nieta de mi hermana le vaticinaron gravísimas malformaciones y nació el bebé más precioso que he visto en mi vida, junto con mi hija Ana. Y mi propia nieta Palomita, esa princesa rubia de la que he puesto fotos muchas veces, dijeron que era síndrome de Down. Hoy son dos niñas de ocho y siete años guapísimas, listísimas y felices. Todo esto me parecen subterfugios y rodeos absurdos para no establecer una ley de plazos en todos los casos, que, aunque a mí no me guste, sería mucho más racional y menos hipócrita. Esto en mi tierra es no atreverse a llamar a las cosas por su nombre. Y también creo que el Estado debe ayudar a las madres -y los padres- con problemas e incluso facilitar las adopciones de esos niños no deseados a las personas que se mueren por tener hijos y no pueden.

En fin, vamos a esperar que nos toque la lotería si es que nos han sobrado veinte euros de la paga extra para comprar el décimo. Pero visto lo visto, igual le toca a Botín.