viernes, 30 de enero de 2009

PARADOS

Hace cuatro días que empecé este post sin conseguir terminarlo hasta ahora; no he podido como otras veces robar unos minutos al contribuyente porque todavía ayer tenía el despacho lleno de contribuyentes, como El Corte Inglés el primer día de rebajas. El motivo de tanto trabajo ha sido, precisamente, el paro. Resulta que mi ministerio ha convocado un proceso selectivo para elegir a setenta personas con las que confeccionar una bolsa de empleo de ordenanzas. Entrar en esta bolsa sólo significa para cada uno de los aspirantes que su nombre figure en una lista, más arriba o más abajo que otros sesenta nueve, con la remota posibilidad de que alguna vez los llamen para realizar una sustitución temporal. Probablemente nunca se llegue a llamar a nadie que esté en la segunda mitad, porque la lista tiene un tiempo de caducidad y cuando se pasa, se convoca otra igual de incierta. Sólo es eso, una lejanísima esperanza de trabajar un máximo de seis meses como ordenanza de un ministerio. No creo que el sueldo llegue a los mil euros mensuales. Pues el aluvión de personas de cualquier sexo, edad o condición social, para optar a semejante entelequia ha sido descomunal, desbordando todas las previsiones.

Es un desfile incesante de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, solteros, casados, padres y madres de familia, más o menos ignorantes, más o menos sabios; muchos con titulación universitaria, todos rellenando la instancia con la misma minuciosidad e igual interés que si estuvieran optando a una plaza fija de notario o registrador de la propiedad para toda la vida.

Gentes que me miran desde la desesperación, me preguntan qué hay que poner en tal o cual casilla como si de ello dependiera su vida o su muerte. Algunos me cuentan su caso -he trabajado durante cinco años como autónomo, en la hostelería; el negocio se ha ido al carajo y ni siquiera cobro paro. El que así habla es un hombre de unos cincuenta años, bien vestido con abrigo azul marino y corbata, como si se hubiera arreglado para causar buena impresión. El corazón se me encoge con sus historias, verdaderas tragedias de la vida vulgar, como aquel libro de cuentos tristes de Wenceslao Fernández Florez. Una y otra vez les explico las cosas, trato de que desistan, que no se traguen la cola del registro, que no depositen sus esperanzas y la escasa energía que les va quedando en esta quimera tan cutre. Mire, esto no es una contratación, sólo es una bolsa; no, no sirve su experiencia como camarero ni la suya como informático, ni los cursos de analista de sistemas, sólo se van a valorar los contratos de trabajo en puestos similares. Todo es inútil, ninguno abandona; hacen fotocopias de sus papeles, guardan una cola de varias horas y luego se van con un sello oficial sobre su angustia.

Esto es la gran tragedia de la puta crisis. Yo no sé si las empresas que se están acogiendo a los ERE's y despidiendo masivamente a los trabajadores están perdiendo mucho o dejando de ganar tanto como antes, pero no es lo mismo una cosa que otra.

Aquí está desapareciendo la clase media; cada vez es más astronómica la distancia entre ricos y pobres, cada vez más dinero está concentrado en menos manos. Los comedores de caridad están atestados pero los restaurantes de lujo se siguen llenando; la crisis y la miseria, para los de siempre. Sólo que los de siempre son cada vez más.

La película Full Monty trató el tema del paro con un humor tierno y amargo que nos arrancó algunas carcajadas, al mismo tiempo que nos agarrotaba la garganta, pero la realidad maldita la gracia que tiene.