lunes, 6 de abril de 2009

ADIOS A FER

La noche del 27 al 28 de abril de 1984 yo estaba en una habitación de hospital recuperándome del parto de Jaime, que había nacido la tarde del 26. Mi madre estaba conmigo, tratando de dormir en la cama del acompañante. Cuando mi padre llamó al hospital para que la avisaran de que su hija estaba de parto, la telefonista seguramente pensó que que falta de coordinación existía en esa familia y le contestó que su nieto ya había nacido, que la señora estaba con la madre en la habitación y que sí, que la madre y el niño estaban bien. -No, es que es otro, contestó mi padre. -Otra hija está a punto de dar a luz. Cuento esto para dejar claro que Jaime y Fer fueron dos primos hermanos unidos desde el momento de nacer; ese verano mi hermana y yo, después de bañar a los niños, sacábamos al jardín los dos cochecitos, juntos en alguna sombra; comparábamos sus progresos, debo decir que con ventaja de Jaime que, mientras Fer remoloneaba con su biberón, él devoraba el suyo en un pispás hasta que sonaba el ruidillo de sorber en el vacío, con gran envidia de mi hermana. Las comparaciones siempre fueron inevitables: cuál de los dos empezaba antes a andar, cuál chapurreaba mejor las primeras palabras, cuál era más malo. Los niños crecieron juntos y compartieron todo tipo de diabluras, la mayoría de ellas tengo para mí que se fraguaban en la mente de Jaime, Fer siempre fue muy formal.

No sé cómo se hubiera desarrollado esta amistad si la muerte no se hubiese interpuesto entre ellos; yo, a través de Fer, he visto al Jaime adolescente y al Jaime estudiante y al Jaime en edad de elegir carrera o de enamorarse. Quiero creer que, aunque sus maneras de ver la vida hubieran sido distintas, siempre habrían conservado esa especial unión que les marcó desde el nacimiento. Nunca he podido -y, seguramente, tampoco he querido- separarlos en mi mente y en todas las reuniones de primos, en todas las fotos a lo largo de estos diecisiete años siempre veo la sombra de Jaime junto a la presencia real de Fer. Se me escapa cómo pudo vivir un niño de ocho años la desaparición de su amigo del alma, cómo pudo afrontar el absurdo de la muerte de su compañero de fatigas a una edad en la que no existe la idea de la muerte.

La vida de Jaime se detuvo una madrugada de 1992 y Fer siguió aquí; cumplió nueve años, luego diez, luego once... así hasta los veinticinco que está a punto de cumplir y yo siempre me he forjado la imaginaria vida de Jaime junto a la de Fer; aunque sé que no hubieran sido iguales, cuando le veo en Sigüenza coger la bici e irse a tragar kilómetros por esas carreteras y por esos montes veo a Jaime pedaleando a su lado. O volver en noches de fiestas después del encierro, con alguna copa de más.

Fer se hizo militar, Jaime quién sabe lo que hubiera sido, no tuvo tiempo de decidir. Ahora Fer se va a una de esas misiones de las tropas españolas en el extranjero que muchos no tenemos muy claro qué pintamos en ellas. En este caso es al Líbano, donde por lo visto, hay una situación de "tensa calma" y nuestros soldados, según palabras del discurso de despedida que pronunció un General llamado José Ignacio Medina, "deben extremar las medidas de seguridad".

No imagino a Jaime militar, pero espero que su sombra acompañe a su primo por esos mundos y le proteja de todos los peligros.