viernes, 21 de agosto de 2009

DEL ALCOHOL Y OTRAS MISERIAS

Por lo general suelo recelar de las personas demasiado perfectas, las que no se permiten una mínima debilidad y nunca pierden los papeles; no fuman, no beben; tienen las cosas muy claras y no dudan ni titubean a la hora de tomar cualquier decisión, vamos que no hacen tonterías; para ellos no hay altibajos ni problemas de dinero porque se administran muy bien; han sabido hacer un capitalito porque venden cuando hay que vender y compran cuando hay que comprar; tienen sus casas ideales de la muerte, son ordenados y guardan hasta el tiquet de la droguería para hacer la declaración de la renta al céntimo, ya se ha dicho que nunca pierden los papeles; Además saben educar a sus hijos de manera que nunca se les desmanden ni les traigan un maldito suspenso ni un embarazo de penalty. Y encima, no sólo les respetan sino que también les quieren. Se entienden con sus parejas y a ninguno de los dos se les ocurre el más mínimo devaneo. Me inspiran recelo porque tanta perfección no es humana y casi siempre los hace implacables con las debilidades y los errores del común de los mortales. Te lo advertí, dicen, cuando a algún pobre mortal le salen las cosas torcidas. Para colmo suelen tener buena salud, lo que atribuyen a su correcta alimentación, a su falta de vicios, a su disciplina espartana y a sus horarios metódicos, con lo que tampoco disculpan al vecino cuando enferma, no me extraña, con esa vida que lleva mucho ha tardado en caer. Ya digo, la gente así me da un poco de repelús.

Quiero decir con esto que no soy una estrecha mental ni una talibana de la brigada antivicio. Más bien al contrario, como creo que he dejado claro en el post anterior y en otros muchos que se pueden encontrar a lo largo de este blog, en los que hablo de mis muchas y variadas flaquezas. Sin embargo hay algo que se me escapa con respecto al alcohol y que me encantaría que alguien me explicara. Yo bebo, ya lo he dicho. Me encanta tomarme un gin-tonic o dos tranquilamente en mi casa viendo una película o un partido de Rafa Nadal, leyendo un libro o escribiendo mis cosas. Y si salgo por ahí, a veces hasta me paso algún que otro pueblo; pero cuando esto me ocurre, siempre se me enciende una lucecita de alarma, me encuentro mal y sé que no puedo seguir; es más, no me apetece seguir. Entonces paro aunque tenga la copa entera, me tomo un acuarius y me voy a mi casa procurando no dar la lata. El alcohol -en su justa medida, que cada cual tiene la suya- produce un efecto desinhibidor que a los que somos más bien tímidos y retraídos nos viene muy bien. Nos hace más rápidos en las respuestas, más ingeniosos y ocurrentes y nos libera de ciertos pudores bloqueantes. Hasta ahí, todo bien; concedamos al alcohol sus virtudes sociales. Pero quisiera entender el mecanismo mental de los que, sin ser considerados alcohólicos, nunca encuentran el momento de parar; aunque se sientan mal, aunque ellos mismos reconozcan que están borrachos, siguen y siguen bebiendo y encadenan las copas una tras otra en una especie de vértigo irracional que los convierte en unos seres absurdos e intratables. Pocas espectáculos me parecen más patéticos y más deprimentes que el que ofrecen dos o tres tíos -porque suelen ser tíos- en un bar trasegando vaso tras vaso como en una competición grotesca; se diría que el objeto de la reunión no es la charla ni el intercambio de impresiones con los amigos, sino el simple hecho de beber y ver quién llega más lejos, como si el vaso fuera una prolongación de sus atributos más preciados; entonces olvidan las normas elementales del comportamiento civilizado y exhiben de forma obscena la más casposa iconografía del macho ibérico. Se ponen agresivos, prepotentes, patosos; miran el culo a las chicas ostentosamente, sin ningún disimulo ni respeto; si hay camarera se meten con ella abusando del poder que les otorga su posición en la parte de fuera de la barra, en fin, un horror. Y muchas veces son personas normales e inteligentes que en su estado natural serían interesantes, simpáticos e incluso atractivos. ¿Por qué no cortan a tiempo? ¿Por qué se autoinducen esa transformación del Dr. Jekyll en Mr Hyde? De verdad que prefiero el alcohólico confeso, con nombre y apellidos, consciente de que lo es, que se toma sus copas en silencio como quien se pincha en vena, a ser posible en soledad y oculto a las miradas ajenas. Por lo menos demuestra cierto respeto a los demás y, sobre todo, a sí mismo.