martes, 18 de agosto de 2009

LO DEL TABACO

Dice Trinidad Jiménez que la sociedad ya está madura para la prohibición absoluta de fumar en todos los espacios públicos. Por lo visto, aguantar que a uno le toquen las narices sin rechistar es un síntoma de madurez. La ministra también ha dicho con una beatífica sonrisa de condescendencia que los fumadores somos enfermos a los que hay que ayudar; esto es igual que en el colegio de monjas, cuando nos castigaban por nuestro bien.

Yo personalmente ya estoy bastante harta de ir por la vida pidiendo perdón y de que me traten como a una marginal con la que hay que tener un poco de compasión, cuando, con los impuestos que me cobran en el tabaco, estoy contribuyendo mucho más que los no fumadores a sostener este país, lo que incluye el sueldo de la señora Jiménez. Creo que los fumadores hemos aceptado la puta ley de forma civilizada. Respetamos a los no fumadores; no fumamos en el metro, ni en el descanso de los cines, ni por supuesto en la sala de espera de un hospital, ni en las aulas, ni en el banco, ni en el tren, ni el avión, ni en el supermercado, ni en el trabajo, ni en el Corte Inglés. Es decir, que durante la mayor parte de nuestro tiempo no fumamos. Pero ahora nos quieren privar también de una agradable sobremesa en un restaurante o de unas copas con los amigos en el Jazz Bar; nos están obligando a recluirnos en casa porque una sobremesa sin fumar para nosotros no es una sobremesa, es una tortura china; y las copas, tres cuartos de lo mismo. Yo, desde luego, no pago cincuenta o sesenta euros, ni treinta ni veinte tampoco, por cenar en un restaurante si no me puedo echar unos cigarros a los postres. O entre plato y plato; ni pago seis euros por un gin-tonic que no puedo acompañar de unos cuantos trujis. Y no soy un caso aparte, la mayoría de los fumadores piensa lo mismo. Y eso lo saben los empresarios del sector, la prueba es que cuando tuvieron que elegir, el noventa por ciento de ellos escogió el humo para sus bares y restaurantes. A lo mejor es que somos los que más gasto hacemos, ya he dicho alguna vez que los vicios nunca vienen solos. Sin contar con que los dueños de locales grandes tuvieron que gastarse una pasta en hacer la reforma pertinente para meter a los fumadores en un gueto y ahora se la tendrán que comer.

Yo sé que los no fumadores, que están en posesión de la verdad y nos perdonan la vida, leerán esto con un punto de conmiseración y cierto desprecio por esta pobre adicta; pero podían hacer el esfuerzo de tratar de entender hasta qué punto nos va a joder la vida la ampliación de la ley. No queremos favores, queremos derechos. Y si no ¿por qué no se prohíbe la venta de tabaco? ¿Por qué se permiten y se subvencionan los cultivos? Pues sencillamente porque es mucha pasta la que dejaría de entrar en la hucha del Estado. Todo esto es una hipocresía vergonzosa.

Fumar no es una actividad en sí misma, es algo que acompaña a la lectura, a la música, a las copas, al fútbol, a las partidas de cartas, a las confidencias. Es algo que acompaña al ocio y lo hace más atractivo. Fumarme un cigarro en la puerta del bar como una apestada no me sirve para nada más que para cabrearme. Yo me paso toda la mañana sin salir a la calle a echarme un pito porque no es eso lo que quiero. Quiero fumar mientras hago otras cosas, trabajar, hablar, leer, escuchar música, escribir. Para mí el tabaco es una placentera compañía en este trajín que es la vida; y ya lo he desterrado en las actividades laborales pero me niego a que me lo quiten también en el ocio.

Y ahora que ya no vamos a poder ver los partidos de fútbol en casa -a no ser que pasemos por una determinada taquilla- tampoco podremos verlos en el bar del barrio porque ¿quién concibe un Madrid-Barça sin un cigarro en la mano? ¿Cómo se puede soportar un penalty injusto sin ahogarlo en humo? Y los parroquianos que se reúnen en la tasca de la esquina para jugar al mus o a la garrafina ¿cómo van a perder un órdago sin consolarse con un pito? ¿Cómo van a ganarlo sin celebrarlo con otro? Un bar no puede ser un quirófano estéril, señora ministra. Es todo un contradiós, tanta corrección política se la podía meter por donde amargan los pepinos, señora Jiménez. Si en esto consiste ser europeo, prefiero que África empiece en los Pirineos. Ya está bien, hombre, ya está bien.