viernes, 25 de septiembre de 2009

ME VOY A MOJAR


Vaya por delante que soy una antiabortista visceral, lo que significa que el aborto provoca en mis vísceras -desde el útero hasta los ovarios, pasando por el corazón- un rechazo y un escalofrío cercanos a la náusea. Y si lo trato de una forma racional, no visceral, en la mayoría de los casos llego a la conclusión de que -se disfrace como se disfrace- es un acto de egoismo y un medio, si se quiere doloroso, pero un medio de sacudirse un problema de encima matando moscas a cañonazos; que es mucho peor la solución que el problema, quiero decir. Ya me están pitando los oídos, sobre todo el izquierdo, por las iras que estas afirmaciones susciten en determinados sectores que consideran las ideologías como un bloque pétreo que no admite disidencias ni fisuras en ningún aspecto. Pues bien, soy de izquierdas; mi corazón y mi cabeza son socialistas; soy feminista en el sentido de que siempre defenderé la absoluta igualdad de derechos, de deberes y de oportunidades en todos los ámbitos para los hombres y para las mujeres; la tan traida y llevada conciliación de la vida laboral y familiar tal y como se entiende habitualmente -vamos, que las que concilien sean las mujeres- me parece una engañifa; aquí no se trata de conciliación sino de corresponsabilidad, lo que en román paladino quiere decir que los hombres se impliquen al mismo nivel que las mujeres en el cuidado, atención y educación de los hijos desde que son concebidos y en el resto de las tareas que conlleva la vida en familia. Y además de todo esto estoy en contra del aborto, qué pasa.

No he llegado a esta postura empujada por ninguna religión; no sé ni me importa en qué momento se puede decir que ese pequeño ser está dotado de "alma" -que, por otra parte, la vida y la historia nos muestran innumerables seres humanos nacidos y largamente vividos que nunca llegan a tenerla- pero si sé que no es un tumor que haya que extirpar y que con un tamaño de unos pocos centímetros ya tiene piernas y brazos y ojos, se chupa un proyecto de dedo y en su diminuto pecho hay un corazón que late por su cuenta.

Una vez hecha esta declaración de principios para que no quede ninguna duda de mi posición al respecto, soy consciente del mundo en que vivo y de una realidad que, mal que nos pese, existe y por lo tanto hay que regularla para evitar tantas carnicerías como se han hecho a lo largo de los siglos con una aguja de hacer punto o un irrigador de aire; sin contar con la conciencia de algunos médicos, que objeta en lo público pero se vuelve mucho más laxa en lo privado, previo pago de su importe.

No entiendo la movida que se está organizando con motivo de la reforma -que no ampliación- de la ley del aborto, pues en los tres supuestos que contempla la vigente ley cabe todo. Tanto el peligro para la salud física o psíquica de la embarazada como una posible malformación del feto -supuesto que deja en la conciencia un cierto regusto nazi- son dos coladeros y no hay más que buscarse un médico amigo para que certifique lo que haga falta; y en cuanto al embarazo producto de una violación, digo yo que qué culpa tendrá la criatura. Pues esta Ley Orgánica está vigente desde 1985 y que yo sepa no la derogó el Partido Popular durante sus ocho años de mandato. Lo único que cambia el proyecto de la nueva ley es que ya no habrá que inventarse cuentos chinos para abortar durante las primeras doce semanas; lo de las malformaciones queda como está: veintidós semanas, lo cual era una barbaridad antes y lo seguirá siendo a partir de la nueva ley. En este punto conviene hablar de los frecuentes errores médicos, ya he contado alguna vez que a mi primera nieta le pronosticaron síndrome de Down. Parece ser que lo que provoca tanto revuelo es que las chavalas de entre dieciséis y dieciocho años puedan interrumpir su embarazo sin consultar con sus padres. Y aquí me asalta la pregunta de si la perversidad del asunto está en el aborto mismo o en el hecho de que no pidan permiso a papá y a mamá. Tengo para mí que si una chica oculta un embarazo a sus padres es porque entre ellos no se dan las mínimas condiciones deseables de comunicación y confianza y sus progenitores no tienen la menor idea de lo que hace con su vida, y en eso algo tendrán de culpa. También me gustaría que alguien me aclarara qué pasa cuando papá y mamá dicen que sí -Vamos, nena, tú lo que tienes que hacer ahora es estudiar; va a ser un momento y luego ni te acordarás, eres muy joven, ya tendrás tiempo. ¿Entonces sí estará bien abortar? No seamos hipócritas, por favor, que más de una mamá y un papá, incluso católicos, no sólo han aconsejado a la niña esta opción durante toda la vida, sino que la han obligado a tomarla acompañándola a Londres. Sin hablar de los que la escondían durante nueve meses y luego le arrebataban a la criatura sin permitirle ni siquiera verla, que todos conocemos casos.

A mi modesto entender es urgente una educación sexual de calidad en la que esté presente el concepto de igualdad entre ellos y ellas, de manera que los chicos también se sientan responsbles de las consecuencias que puede acarrear un calentón con dos copas y se impliquen. Porque yo pienso -y esto sigue estando en contra de todos los eslóganes feministas al uso- que la paternidad, la maternidad y, por lo tanto, el posible aborto es un tema de dos en el que el padre también tiene algo que decir.