Me dijeron que existe una oficina
situada en las afueras del recuerdo
donde van a parar, quién sabe cómo,
los sueños y paraguas
dejados en las barras de los bares.
Tendré que preguntar
si alguien ha recogido aquel abrazo
que cayó por descuido
en el abismo de la desmemoria;
no pude sospechar que con el tiempo
me fuera a resultar tan necesario.
Tal vez algún honesto ciudadano
entregó la mirada
que me olvidé en el metro con las prisas
porque llegaba tarde a ningún sitio.
A nadie logrará sacar de pobre,
pero a mí me vendría muy bien en esta hora,
cuando casi he llegado
a la última estación y sólo veo
muchos pares de ojos a punto de morir.
O puede que un taxista, en el asiento
de atrás haya encontrado
los versos de esperanza
que comencé a escribir en una noche
—son más de treinta años—
que volaban banderas como pájaros libres
y tú me diste un beso mientras canturreabas
no sé qué de los parias de la tierra.
Me dijiste
que a partir de aquel día
iba a cambiar el mundo.
El beso caducó igual que las banderas,
igual que la esperanza, y la famélica
legión jamás se puso en pie.
Quizá en esa oficina de las causas perdidas
alguien nos dé razón de nuestra historia.