domingo, 27 de marzo de 2016

LA BELLEZA

A veces los amigos me reprochan
que escribo versos tristes, que mis ojos reflejan
no sé qué oscuridades, y me dicen
que cante a la belleza,
a las puestas de sol,
a los brotes rosados del cerezo, al aroma
que nos trae el café o la hierbabuena,
y a la resplandeciente sonrisa de los niños.
O al amor,
esa temible droga alucinógena,
que nos hace creer en lo imposible.

Quizá tengan razón, 
pero no me da tiempo, cuando intento
mirar cómo se hunde el sol tras las montañas,
me hace daño a los ojos y, al abrirlos,
ya no está donde estaba y es de noche,
la flor de los cerezos se ha caído
y ahora se la llevan las hormigas,
el café se ha enfriado y ya no huele.
Queda la hierbabuena, que aún persiste en su empeño
de tapar el hedor de la miseria.

Y los niños ¿qué niños?
Es verdad que hay algunos que sonríen
y me llenan de gozo unos instantes,
mas no acallan los gritos de los otros,
los que lloran sin padres y sin patria,
los que duermen al raso sobre el barro
y, sin embargo, el sueño
es lo mejor que les ofrece el día.

¿Y a qué amor se refieren mis amigos?
¿A la temible droga alucinógena
que pierde sus efectos antes de que se borre
el rastro de los cuerpos en las sábanas?

¡Y todavía quieren que escriba a la belleza!